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Cuento hipertextual- hipermedia

 
     
Morirse volando    
           
 

Todavia me acuerdo cuando la humanidad se preguntaba si seriamos los unicos seres vivientes en el universo... Ja!. Ni siquiera se ocupaban de los otros seres vivientes en la Tierra aparte de si mismos.

"Voy a buscarme una de aquellas", me decías molestando.

Siempre te respondí con el mismo gesto.

Los humanos no presentíamos como eran esos malditos, si el espectro visible hubiera alcanzado para verlos....solo pudimos sentirlos.

 
                 
       
             
           
                     
   

¡Flock! ¡Tenia que haber heredado una último modelo, pero no... una 3069!.

 

{¡Bonita cosa!, me decía mamá: Querer ser pirata espacial como tu abuelo}.

 

¿Qué necesito?... los apuntes... la bolsa...

 

Por supuesto que la compuerta no abre!. Vamos navecita... no me vas a fallar después de más de 500 viajes... (Nía hace fuerza, se desespera). Ya no fabrican 369 ni naves espaciales... ¿Voy a tener que rendirme ante esos Transportadores de materia?. Jamás. Esos transportadores son las máquinas del infierno, controlados todos por la Nación Homogénea. Prefiero ir a donde me dé la gana, sin rendirle cuentas a nadie, igual que el abuelo Harlock.

 

Después de probar con los controles, y con todas las herramientas, la compuerta seguía trabada. Nia decide volársela, saca su arma...

Shot!

Por fin!. Así que este es el B612, el asteroide más alejado de la Última Galaxia...

 

A ver... según los apuntes de Harlock debo dirigirme hacia ese punto.

 

Nía camina lentamente. Despúes de minutos terrestes por fin los ve.

 

Ahi están. ¡Buen cargamento!. En Osiris va a pagarme demasiado bien por esto.

 

Listo. Cargué bastantes pero dejé suficientes para asegurar la cosecha del próximo año.

 

¿Qué es ese sonido?

 

¡Alienígenas!

 

Nía dispara, mientras se mueve rápidamente hacia la nave.

Recibe un arañazo, recibe un disparo, dos, tres disparos.... Nía se introduce en la 369, la compuerta no existe, retrocede y trata de ocultarse en la sala de vigilancia pero los abominables la siguen. La sangre se le escapa, el cerebro entra en pánico, siente terror legítimo.

A pesar de todo, Nía no ha soltado la bolsa. Introduce la mano, toma un puño de hongos cuya dosis psicoactiva supera los límites humanos. Los introduce en su boca y -masticando mucho para que el efecto sea rápido- se los traga.

La ventana del cuarto de vigilancia se rompe por un disparo, los abominables están en frente, ¿o no lo están?, todo se vuelve azul, se vuelve negro, todo se vuelve deliciosamente difuso.

 

Nía ha dejado de sentir terror...

Así es como debe ser: Morirse volando...

La 369 aún sigue varada en el asteroide B612, recién asfaltado en toda su superficie.